jueves, agosto 25, 2005

El estereotipo subyacente

Hace ya algunos años tuve la suerte de visitar París, la ciudad que la historia se ha encargado de ensalzar como el centro mundial de la esperanza, la libertad y el amor. La casualidad, o más bien la fecha del viaje, nos sorprendió con una multitudinaria “cabalgata” donde la radicalización de una orientación sexual se exhibía. Jamás antes había estado presente en ningún acto de los que el Día del Orgullo Gay acoge. Así, no es de extrañar que mi sorpresa fuera notable. Desde entonces ya ha pasado mucho. Tanto que la más reciente conmemoración de este día ha sido bien diferente a todas las demás que, confieso que de lejos, he visto. La nueva ley que el partido socialista ha implantado, y que tantas suspicacias ha levantado, ha influido decisivamente en esta “macroreunión”. El gran número de personas congregadas ha llamado la atención, sin lugar a dudas. Pero quizá lo más llamativo, y a la vez lo más triste, es que muchos de los allí presentes, independientemente de sus preferencias sexuales, están contribuyendo a legitimar el estereotipo homosexual que impera. Si el matrimonio gay no supone, para nada, un avance en cuanto a tolerancias, observar a gente “disfrazada” sólo contribuye a fomentar una imagen que no es cierta. La legalización de una realidad, como lo es la existencia de muchas parejas de hecho, no obliga a una aceptación que muchos no sienten. Pero es que la resonancia que han alcanzado los auspicios sobre el nuevo “concepto” de boda que recién emerge, tampoco supone ninguna ayuda. Y es que, según empresas dedicadas a este ámbito, esta legalización tan aclamada supone el nacimiento de un nuevo concepto de matrimonio. Parece ser que quien sea homosexual debe regirse a un patrón único bajo el cual los gays de todo el mundo deben comportarse. Es triste leer en los diarios supuesta tolerancia redactada junto a noticias que nos hablan de las nuevas modas que, para variar, este sector de la población traerá. Semejantes afirmaciones sólo contribuyen a asentar aún más el estereotipo vigente del homosexual. Es obvio que la sociedad mediática que se ha forjado es, en todos los aspectos, heterosexual. Los homosexuales sólo se exhiben o bien como floreros que ejercen su consabida función de difusores de los últimos cotilleos, o como extrañas personas que rozan los límites de una supuesta normalidad. Las afirmaciones de las empresas dedicadas a la organización de eventos nupciales corroboran esa imagen que está más que difundida en el imaginario colectivo. Y si esas noticias aparecen al lado de reportajes acerca de la igualdad de derechos de homosexuales y de sus manifestaciones, aceptación no es lo que se consigue. Y dudo mucho que sea lo que se busque. Ni siquiera con todo el revuelo que la nueva ley ha traído he podido leer alguna noticia referente a ello la sección de política. Todas caen dentro de ese saco que se llama “sociedad” y que acoge a todos los colectivos discriminados por los medios.
Las nuevas uniones traerán nuevas fotos. Dos novias de blanco, por ejemplo. Sin duda supone un cambio. Pero la transformación no llega hasta el extremo de que estos rituales pasen a ser meros carnavales. Cada persona celebrará su matrimonio de la manera que más feliz le haga. La elección sexual no supone un elemento determinante a la hora de decantarse por los que una mayoría considera extravagancias. Es inaceptable que semejantes noticias aparezcan, pero debería ser más impensable que se coloquen junto a las que hablan de igualdad y de nuevas familias. No se puede lograr que este cambio se acoja con tolerancia si los diarios nos dicen que, realmente, los gays son raros. Y esos gays van a poder adoptar hijos. La tolerancia no se consigue así. Y creo que los medios, esos grandes fomentadores de opinión, también lo saben.

La sociedad de la instantaneidad

“Fumar es un placer, genial, sensual…Fumando espero a la que tanto quiero tras los cristales de alegres ventanales y mientras fumo mi vida no consumo, porque flotando el humo me suelo adormecer.” Muchas veces el tango que Gardel dedicara al fumador empedernido ha sonado a nuestras espaldas enarbolando un hábito muy poco recomendable. Pero el tiempo, que todo lo alcanza, ha desvelado lo que en la actualidad tantas cajetillas de cigarros nos recuerdan: fumar mata. Pero el largo plazo que se necesita para esta muerte la convierte en algo placentero, momentáneo, que olvida sus fatales consecuencias al proporcionarnos instantes de placer. Pero, sin duda, un placer nada barato que todos los años se cobra miles de vidas. Una droga que crea adicción. Una nicotina amoníacada que favorece la llegada a la sangre en un tiempo record, que supera con creces a la transición natural. Una fórmula usada por todas las tabacaleras. Todas esas que en su día tuvieron el descaro de afirmar con una rotundidad más que irónica que fumar no creaba adicción. Todas esas que exigen a sus científicos un contrato de confidencialidad que proteja todas las barbaridades que, en sus laboratorios, tienen lugar en aras de lograr un mayor número de adictos que sostenga el imparable negocio del tabaco. Todas esas que comercializan con nuestra salud porque nosotros se lo permitimos, pero también todas esas que en su día engañaron a muchas personas que encontraron la verdad cuando era demasiado tarde. Y todas esas que son totalmente conscientes de que la sociedad con la que juegan es tan moldeable como la arcilla, y tan débil como para optar por esa muerte lenta que evidencia una cultura que se decanta por los placeres instantáneos, inmediatos. Una sociedad que ha olvidado lo que es el esfuerzo, o que quizá nunca ha tenido que saberlo.
“Por eso estando en mi bien es mi fumar un edén, dame el humo de tu boca, dame que en mi, pasión provoca, corre que quiero enloquecer de placer, sintiendo ese calor del humo embriagador que acaba por prender la llama ardiente del amor.” Sin duda, las letras de este tango se escapan de lo que actualmente se considera “políticamente correcto”. Pero también, sin duda, pertenecen a todas esas justificaciones que nos convencen de las delicias que transmite fumar. Unas delicias que calman rápidamente, pero que devastan a largo plazo. Una opción que muchos escogen porque, al fin y al cabo, de algo hay que morir, ¿no? Tristes pensamientos que hacen más insulsas nuestras vidas. Ya no sólo porque fumar provoca un descenso considerable de la calidad de vida, sino porque esta tendencia es un reflejo de muchos otros aspectos que dominan una cultura que aboga decididamente por la ley del mínimo esfuerzo. Y que tendrá repercusiones tan devastadoras como los efectos del tabaco.