domingo, diciembre 18, 2005

Cuestión de ideología

De un tiempo a esta parte la religión y la política se han convertido en los dos grandes pilares más frágiles. Las encuestas revelan a unas generaciones nuevas despreocupadas y, sobre todo, desconfiadas ante estas dos instituciones. ¿En qué momento se convirtieron en meras entidades o sociedades? ¿Cuándo la ideología dejó de ser el cimiento más sólido de estos dos entes, hoy más abstractos que nunca?
El 65% de los jóvenes piensa que no existe una religión que se adapte a los tiempos y que contemple todo lo necesario como para ostentar un número considerable de seguidores. De la política hace ya mucho se cansaron, que olvidaron el verdadero significado de ella. Pero lo cierto es que hoy en día, como bien afirmó Lucía Etxebarría, “política es tomar decisiones”, así, “estar gorda es una decisión política porque no tengo por qué salir en la tele delgada como todo cristo”. El problema es que la asociación política-dirigentes ha llegado a extremos insospechados en los que su disolución se torna imposible. Sólo aceptamos esa vinculación y, para colmo, dejamos en manos de esos supuestos representantes un destino ya truncado. Sí, un futuro presagiado tristemente, ya no por el mero hecho del gran poder que ejercen los intereses tanto en política como en todas las esferas de la vida, sino porque delegamos en esos dirigentes su teórica función, junto con la de ‘administradores de nuestras posibilidades’. Desgraciadamente, en ocasiones lo son, y no siempre es malo. Pero uno de los problemas más crudos de ello es que frenamos nuestras alas, y nos ponemos límites nosotros mismos, al estilo de la autocensura de antaño.
Al tiempo que seguimos creyendo en nuestra mínima, por no decir inexistente, capacidad de mover mundos, el periodismo continúa su imparable función de adoctrinamiento a servicio del poder. Se ha convertido en una afilada espada que esgrime para achantar a un pueblo más dócil que nunca. “El periodismo prostituye las palabras”, decía Lucía en la misma entrevista, “porque no vivimos en un sitio donde exista libre flujo de información; sólo oímos lo que los medios no dejan oír, constantes banalidades con las que se obtienen ciudadanos sumisos”. La política, igual que la religión, es una forma de vida. La ideología, sea del tipo que sea, se manifiesta en cada gesto que se hace, en cada comportamiento, y de ello no podemos responsabilizar a nadie, ya que somos dueños de nuestros silencios (dentro se incluyen pensamientos) pero esclavo de nuestras palabras (siempre ligadas a los actos que llevamos a cabo). Aún así, no es extraño observar como se tiende a evitar responsabilidades con una sutileza asombrosa. El gran reto de las sociedades de hoy es evitar el sentimiento de culpa, y de él huyen con astucia y rapidez, con esperpénticos engaños a sus conciencias. Esa tendencia que domina a los seres de una manera pasmosa, ésa sí que se está convirtiendo en el modus operandi de un mundo que olvida, muy a la ligera, que la responsabilidad sí que va ligada al ser humano, que existe entre ellos una relación irrompible, y que como ser pensante que es, arrinconarla sólo supone un retroceso para la especie. Dicen que es mejor vivir en la inopia, que el desconocimiento produce una extraña tibieza que amortigua los golpes. Supongo que también es una cuestión de ideología.


Alguien cantó no va más

Es difícil explicar la persistencia de los ídolos en generaciones, pero aún es más complicado entender el motivo que lleva a la magnificación de estrellas que han dejado de serlo, en países en los que la decadencia acecha en cada esquina. Argentina, con su tristeza ya instaurada como símbolo cultural, nos atrae a muchos. Quizá del mismo modo que a ellos les obsesionan figuras como Maradona, que han sobrevivido a épocas y a conductas, en otros casos, nada admirables. El aguante de la que podría haber sido una de las potencias más grandes del concierto mundial ha transformado a Argentina en una nación perpetuada por el fracaso que, con tesón, aguanta un supuesto destino. Quizás es por ello que, a pesar de que la época de este gran ídolo haya expirado, se empeñan en su inmortalidad. En su intento personal de ensalzar su país como algo imperecedero digno de piedad, esa compasión acaba transformándose en pura y absoluta devoción.

Andrés Calamaro dijo en una ocasión que el maradona del rock era Charly García, un personaje extravagante que en España puede decirse que goza de desconocimiento, porque si existiera un conocimiento mayor probablemente estaría condenado al desprecio. Tanto Charly como ‘Dieguito’o ‘el pelusa’ no son admirados allá de donde vienen: son engrandecidos hasta los límites de la divinidad. La propia tragedia de la Argentina ha propulsado al mayor ídolo del fútbol a una inmortalidad que, en general, es querida por todos los hombres, pero que pocos logran, y menos aún persisten en el tiempo por épicas hazañas lejanas. Pero es que hay gentes que con sólo hablar cautivan, con sólo mirar cambian desdichas por alegrías en los corazones…Por ello, muchos son los que han intentado desbaratar el camino ya alcanzado de este mito al ‘panteón’ de los nuevos dioses posmodernos. Pero lo cierto es que el logro ya está más que consumado. Maradona puede ser la metáfora que tantos argentinos pueden atribuir al propio existir de su país y, tal vez por ello, no pierden ocasión en destacar las virtudes de antaño, en convertirlas en actuales, porque así se convencen un poco más de que su propio resurgiur está por llegar. “Perdimos estabilidad, no sabemos de qué lado vamos a quedar parados…(..), en nuestra vida real siempre fuimos decadentes, tuvimos la libertad apretada entre los dientes, alguien cantó ‘no va más’”, canta a los argentinos Andrés Calamaro. Los argeninos necesitan creer, y esa posibilidad la encuentran en las demencias de ídolos como Maradona o Charly, divinidades que ya no tienen que hacer nada más, ya están dentro de la esencia de Argentina y, en general, del sueño latinoamericano. Locuras como las de Charly García, que grabó temas junto al expresidente Carlos Menem o se lanzó de un noveno piso para zambullirse en una pileta. A ello se podría añadir relaciones con centros psiquiátricos, peleas airosas con conocidos del mundo de la música tales como el propio Calamaro o Fito Páez, o problemas con las drogas…Pero de todos las “encrucijadas” a las que se ha tenido que enfrentar ha salido bien parado. Muchos dicen que es por el ángel guardián que lo acompaña. Quizás el mismo que no deja ni a sol ni a sombra a un Maradona que ha visto a la muerte muy de cerca, pero que al final siempre acaba resucitando para otorgar al pueblo argentino algo que creen merecido: que uno de sus grandes dioses no los abandone tempranamente y de manera fatídica. Y es que así lo han hecho otros como Gardel que falleció tras un accidente, Evita, que murió de cáncer y el Ché asesinado. Está claro que Argentina tiene una relación íntima de dependencia con su propia tragedia y su supervivencia, que manifiesta en cada semi dios al que da vida.