domingo, febrero 27, 2005

Una estatuilla en contra de los estereotipos

Ya he olvidado ese momento en el que escuché por primera vez aquella voz melodiosa. Lo que sí recuerdo exactamente, como si se tratara de ayer, es que el sonido era totalmente hipnotizador. Una calma y una tranquilidad innata parecían desprenderse de esos mágicos sonidos. La letra de esas canciones era tan simple como rotunda, tan sentenciosa como maleable...Y es que esa voz, desde siempre, ha optado por la sencillez de expresar esas verdades cotidianas que tantas veces se nos escapan.
La canción de autor, ésa que tan pasada de moda está, ésa que se pierde en quimeras, ésa que, para muchos, nunca se materializará. Pero ésa tan necesaria para subsistir ante esas atrocidades también, tristemente, cotidianas. Ésa que nos recuerda que vivir no es una carrera sino un vértigo constante. Ésa que nos pone al borde de la realidad, que probablemente no nos da soluciones absolutas, pero que, sin duda, hace menos repugnante el transcurrir al que estamos sometidos. Ésa que defienden artistas como Jorge Drexler, ésa de la que hablaba al comienzo de esta protesta. Una protesta que no alcanzará la de sus canciones, pero una proclama en contra del desprecio y el desplante que hacia su persona y su arte se ha hecho.
El día que tuve el placer de ver en el cine “Diarios de Motocicletas” no imaginaba, ni de lejos, que saldría tan conmovida, ilusionada, alucinada y, en definitiva, seducida. El film se merece un calificativo que se me escapa. Uno que englobe todo lo que este rosario de imágenes, hilvanadas perfectamente, consigue evocar en los espectadores. La banda sonora se merece el mismo respeto y consideración. Una música que, ignoraba totalmente hasta ese momento, fuera de Jorge. Así que mayor fue mi agrado y mi sorpresa cuando “Al otro lado del río” emergió por uno de esos benditos altavoces y se extendió por toda la sala. Esa voz que tantas veces me había acompañado volvía a hechizarme. Esa voz que anoche no estuvo presente en la ceremonia de entrega de esos afamados Oscars. Esa voz que no pudo brotar de su propio autor por no considerársele prototipo de un extraño concepto de artista latino.
Siempre me ha parecido que los Oscars nada tienen que ver con el reconocimiento artístico. Pero el extremo de la ignorancia y la comercialidad más banal y absurda me sorprende en cada edición. Ayer más que nunca. Quizá porque en esta ocasión semejante incongruencia me afectaba de un modo más personal. No se trata de si es la primera vez que una canción de habla hispana aspira a un premio de tales dimensiones. Es, simple y llanamente, que se trata de un atentado contra el derecho de este autor a dar vida a sus propias canciones. A otorgarle, nuevamente, a esta canción, la emoción con que la concibió. Una turbación que lo aturdió nada más leer el guión de la película. Una conmoción que provocó el nacimiento de esta melodía con tan sólo un ordenador y un micro. Una forma de componer característica de Jorge Drexler, porque la inspiración llega en cualquier momento y no se le puede frenar las alas. Una inspiración que ha agitado a muchos oyentes. Un sentimiento que Antonio Banderas y Santana se encargaron de intentar plasmar. Porque ellos sí cumplen con el canon establecido de artista latino. En momentos así es cuando más me alegro de que no cumplas con ese modelo, Jorge. Pero también me apena que haya gente que se quede sin sentir tu maravillosa voz. Aunque he escuchado que en el hotel donde te hospedabas para la ceremonia diste un concierto, supongo que para todo aquel que quisiera volver a estremecerse como lo hiciera al ver la película y escuchar “Al otro lado del río”.