viernes, abril 07, 2006

Casualidades persecutorias

Todavía no estoy segura de que existan las casualidades ni las coincidencias. Cuando hace algo más de una semana, en medio de lo que una amiga mía llama “la Italia profunda y decadente”, me presentaron a Aritz, cambié mi punto de vista. Allí estábamos, él, yo y un gran número de españoles en medio de un bar en la pequeña ciudad de Macerata. Al presentarnos, como ocurre muchas veces cuando te hallas lejos de tu patria, uno de los datos que emergió fue ése, la nacionalidad. Ante el “ella también es española” de nuestra intermediaria, siguió un “yo no soy español, soy vasco”. Algunos días después se declaraba ese ambiguo “alto el fuego permanente”, después de mi regreso a Roma que, por casualidad o coincidencia, lo hice al lado de tres vascas que también pasaban algunos días en la amurallada Macerata. Pasajeras de trayecto que, entre conversación y conversación, resultó que conocían Tenerife y en especial el tortuoso acceso a Masca, del que se quejaron sin contemplación.
Cinco horas después, llegué a la urbe civilizadora que tanto había añorado esos días, saturada de la tranquilidad de aquel lejano lugar y de las barbaridades que, desde nuestro país, cruzan el cielo imparables para encontrarnos y recordarnos ciertas tristezas. Entonces nada hacía presagiar el día de júbilo que, algo después, embargó a miles de españoles por una promesa cruel: ETA aseguraba un alto el fuego, que aún se me hace difícil de entender. Una especie de descanso a la violencia que no incluye un adiós a la extorsión, al adoctrinamiento o al fascismo. Los medios de comunicación festejaban un amargo triunfo. Quizás porque aún se desconoce quiénes son los vencidos y quienes los ganadores. Toda la parafernalia de imágenes se antojaba como un cúmulo de luz y de color ininteligible. Algo así como me ocurrió cuando las mismas chicas vascas del tren, algunos días antes de ese viaje, cantaban aquella canción en euskera porque “en castellano no nos la sabemos”.
Más allá de la diversidad cultural y lingüística, de la tolerancia como base para la convivencia o de la simple cordura, están las coincidencias y las casualidades. Ésas que me hacen eternamente consciente de la locura que tambalea a nuestro país. Da igual donde me encuentre: ya sí creo en ellas. Cuando empecé a escribir, aún algunas dudas asaltaban mis pensamientos, pero tras esta recopilación de hechos encadenados, creo que estoy atada a ellas. O eso, o es que tanto vascos como catalanes me persiguen sin piedad, intentando sembrar en mi corazón odio y desprecio. Si no, no entiendo que tantas aventuras desagradables colapsen mi memoria. La ultima, la de un chico vasco llamado Aritz que, con poco más de veinte años, ya no sabe lo que es la tolerancia ni el respeto, y encima hace alarde de ello. Todo eso a miles de kilómetros de su país y mi país, porque aunque le pese, igual que yo soy canaria y española, él es vasco y español. Ya está bien de tanta tontería. Sobre todo porque esta tontería nos ha tenido amordazados años y años.

2 Comments:

At 10:05 p.m., Anonymous Anónimo said...

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