jueves, agosto 25, 2005

La sociedad de la instantaneidad

“Fumar es un placer, genial, sensual…Fumando espero a la que tanto quiero tras los cristales de alegres ventanales y mientras fumo mi vida no consumo, porque flotando el humo me suelo adormecer.” Muchas veces el tango que Gardel dedicara al fumador empedernido ha sonado a nuestras espaldas enarbolando un hábito muy poco recomendable. Pero el tiempo, que todo lo alcanza, ha desvelado lo que en la actualidad tantas cajetillas de cigarros nos recuerdan: fumar mata. Pero el largo plazo que se necesita para esta muerte la convierte en algo placentero, momentáneo, que olvida sus fatales consecuencias al proporcionarnos instantes de placer. Pero, sin duda, un placer nada barato que todos los años se cobra miles de vidas. Una droga que crea adicción. Una nicotina amoníacada que favorece la llegada a la sangre en un tiempo record, que supera con creces a la transición natural. Una fórmula usada por todas las tabacaleras. Todas esas que en su día tuvieron el descaro de afirmar con una rotundidad más que irónica que fumar no creaba adicción. Todas esas que exigen a sus científicos un contrato de confidencialidad que proteja todas las barbaridades que, en sus laboratorios, tienen lugar en aras de lograr un mayor número de adictos que sostenga el imparable negocio del tabaco. Todas esas que comercializan con nuestra salud porque nosotros se lo permitimos, pero también todas esas que en su día engañaron a muchas personas que encontraron la verdad cuando era demasiado tarde. Y todas esas que son totalmente conscientes de que la sociedad con la que juegan es tan moldeable como la arcilla, y tan débil como para optar por esa muerte lenta que evidencia una cultura que se decanta por los placeres instantáneos, inmediatos. Una sociedad que ha olvidado lo que es el esfuerzo, o que quizá nunca ha tenido que saberlo.
“Por eso estando en mi bien es mi fumar un edén, dame el humo de tu boca, dame que en mi, pasión provoca, corre que quiero enloquecer de placer, sintiendo ese calor del humo embriagador que acaba por prender la llama ardiente del amor.” Sin duda, las letras de este tango se escapan de lo que actualmente se considera “políticamente correcto”. Pero también, sin duda, pertenecen a todas esas justificaciones que nos convencen de las delicias que transmite fumar. Unas delicias que calman rápidamente, pero que devastan a largo plazo. Una opción que muchos escogen porque, al fin y al cabo, de algo hay que morir, ¿no? Tristes pensamientos que hacen más insulsas nuestras vidas. Ya no sólo porque fumar provoca un descenso considerable de la calidad de vida, sino porque esta tendencia es un reflejo de muchos otros aspectos que dominan una cultura que aboga decididamente por la ley del mínimo esfuerzo. Y que tendrá repercusiones tan devastadoras como los efectos del tabaco.