viernes, mayo 13, 2005

El arte de clasificar

Desde que yo recuerdo, elaborar listas milagrosas ha sido una prioridad en la especie humana. En ellas parecen esconderse verdades absolutas sin las cuales no se podría subsistir. La persistente manía de la enumeración es algo que parece innato en la especie humana. ¿Quién realizó la primera lista y con qué finalidad? Nadie lo sabe. Pero lo que sí es cierto es que causó sensación. Desde entonces vivimos en una era donde clasificar es la tendencia dominante. Existen infinitas pautas para una misma materia. Es lo que tiene la sabiduría humana, que de un tiempo a esta parte apuesta siempre por encontrar diferentes ángulos de una misma visión. La globalización nos acerca todas esas variantes de lo mismo, pero igualmente nos hace darnos cuenta de que es imposible establecer, dogmáticamente, un paradigma sobre algún aspecto de nuestras vidas. Es lo que tiene eso que llaman “dictadura del relativismo”, que se ha descubierto que las afirmaciones tajantes son demasiado vulnerables al paso del tiempo. Verdades absolutas que hoy rigen nuestros actos pueden derrumbarse en un segundo. La post-modernidad reveló un mundo en el que nada es eterno, todo tiene su momento. El arte es la expresión humana que verifica mejor estos límites de la racionalidad humana: lo más absurdo para unos puede ser lo más expresivo para otros. Las clasificaciones, las pautas, las listas, han comenzado a tambalearse. ¿Hasta dónde podemos tomar en serio una enumeración determinada? Sin duda, el prestigio del autor que la firme dotará de calidad a las lista en sí. Las coincidencias entre estudiosos de la materia parecerá que verifican la certeza de ella… ¿Será entonces cuando podamos estar seguros de que estamos siendo guiados por la enseñanza correcta?
Escribir en internet, como cada campo, tiene innumerables reglas y consejos que se desprenden, en su mayoría, de estudios con carácter científico que nos revelan cuáles son los modos más oportunos para ello. Mandamientos o bienaventuranzas que recogen un ideario que uniformiza el estilo, al tiempo que merma la agudeza de quienes practican esta escritura. Y es que las listas tienen eso, que engloban principios, pero al mismo tiempo, y sin intención de ello, pueden censurar la imaginativa de sus “creyentes”. No me gustaría ser yo quien pusiera límites a la expresividad ajena. Entre otras cosas porque pienso que, para escribir en web o donde sea, lo único primordial deben ser las ganas de comunicar. Y es que, cuando hay ganas, se nota. Es entonces cuando da gusto leer algo. Cuando los gestos se disfrazan de palabras. Como afirmó Friedrich Nietzsche en sus personales mandamientos del buen escribir, “la riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la puntuación, las respiraciones; también la elección de las palabras, y la sucesión de los argumentos”.


A pesar de lo dicho, es de facilidad abrumadora encontrar listados con pautas muy razonables, que derraman formas y aspectos de la escritura cibernética. Siempre es bueno tenerlas presente a modo de referencia pero, a mi modo de ver, nunca como guía espiritual. Es cierto que hay diferencias entre un escrito dirigido a la prensa escrita que otro destinado a la digital, pero las modificaciones exigidas jamás deben viajar hasta el extremo de coartar al escritor. El estilo propio es el atractivo más importante y del que más depende el propio escritor. Además, la honestidad y el compromiso son las mejores cualidades que se pueden esgrimir. Como dijo Gabriel García Márquez, “lo primero al escribir en internet, es saber escribir”.