domingo, mayo 21, 2006

El imperio del pseudo-periodismo

Hace algunos días el periódico más joven del Reino Unido, El Independent, sorprendía con una portada si no rara, al menos inusual. Un rojo encendido bañaba la totalidad de la hoja, que sólo era ‘manchada’ por una serie de símbolos reivindicativos y una especie de ‘macro-titular’ que rezaba Hoy no hay noticias. En lo que vendría a ser el faldón de esa portada, y en letra minúscula, explicaba que ese vacío de actualidad acostumbrada y rimbombante dejaba de ser, durante una jornada, porque 6500 africanos seguían muriendo por una enfermedad predecible y curable, el SIDA.
La ‘noticia’ de un periódico comprometido con el desbarajuste mundial y la crueldad humana en forma de hambre y enfermedad en un país como África, llamó mucho la atención. También que el objetivo de esta estrambótica portada fuera recaudar fondos para la campaña RED, dirigida (igual que ese día la redacción del diario) por Bono, el famoso componente de U2. Supongo que era consciente de que su mera labor vocacional de asumir la dirección de unos periodistas, podría causar furor entre una audiencia que apuesta siempre por todo aquello que tenga un cierto regusto a especial, comprometido y, a la vez, alternativo. En esta lucha en forma de campaña participan empresas como Armani o American Express.
No pretendo entrar en controversias acerca de si un roquero de las magnitudes de Bono podría hacer algo más, o si su labor, junto con la de sus asociados, hacia el tercer mundo se limita a crear imágenes y asociaciones o si, por el contrario, va más allá de una mera fotografía con un niño en indeseables condiciones. Es difícil en estos tiempos barajar las solidaridades de otros cuando ni siquiera somos capaces de poner en una balanza la propia. Lo que sí que me ha llamado la atención es el enorme titular con que abrió el periódico. Entre otras cosas porque sacó a relucir un tema muy espinoso y del que mis últimas lecturas me han hecho partícipe: el de la burocratización del periodismo.
Desde hace ya más tiempo del que nos gustaría reconocer, el periodista se ha transformado hasta convertirse en un mero informador. Muchos son los que critican el intrusismo incontrolado que nuestra profesión ha asumido. Cierto es pero, costándome mucho reconocerlo, transmitir meras informaciones es un oficio que bien se puede ir aprendiendo. El reportaje-de-investigación es el que caracteriza al verdadero periodista. Lo alarmante y tremendamente extenuante es que necesite esa ‘coletilla’, cuando todo el periodismo debería ser así. A medida que se suceden los días, no se hace otra cosa que ir dinamizando algo más el cometido que se pretende inculcar en las facultades de comunicación: el de la responsabilidad intangible, pero enorme, que adquirimos con la licenciatura. Mientras el sentimentalismo siga aflorando sin pausa, en esa búsqueda de irracionalidad, en ese intento de aminorar la capacidad reflexiva del ser humano, no tendremos periodismo. Como bien ha explicado en sus libros el que fuera uno de mis profesores, Ramón Reig (pero que no descubrí plenamente hasta la lectura de algunos de ellos), estaremos ante pseudo-periodismo. Mientras no regresen los reportajes de investigación, aquéllos en los que el profesional contrastaba informaciones y hasta se desvivía por desenmascarar algunos datos de esa superestructura que nos domina, no deberíamos hablar de periodismo como término genérico. Ésa es una función en vías de extinción. Seguramente Bono no pensaba en todo esto con su acción pero a mi me ha hecho soñar con un día en que se quedaran sin salir todas esas absurdas noticias y la realidad surgiera.

domingo, mayo 14, 2006

El mundo al revés

Siempre pensé que el cambio de realidades a golpe de ley que trajo consigo la posibilidad de matrimonios entre personas del mismo sexo, traería algo más de cola. Con ese pensamiento, jamás pretendí un posicionamiento en contra de esa nueva adquisición de derechos que conlleva la unión legal. Simplemente pensé, y fui muy criticada por ello, que la realidad, a veces por gracia y otras por desgracia, no se cambia con una firma en un papel. De hecho, tal fue el morbo que generó, y las disputas que implicó tanto en política como el resto de la sociedad, que recuerdo un verano cargado de portadas con cada una de las bodas homosexuales que se sucedieron.
Ahora son los transexuales los que recientemente han tomado algo de protagonismo al amenazar con una huelga de hambre si el gobierno socialista no cumplía con su promesa de hacer efectivo el cambio de sexo sin operación. Su alegato no es otro que la incomodidad, cierta, que supone tener que enseñar un carné donde, aparte de no aparecer físicamente tal como son en la actualidad, no se representa su nueva condición. Todo parecía relativamente normal hasta que, a pesar de conseguir ese objetivo, comenzaron a surgir las sandeces…
Fue entonces cuando tuve que leer locuras como que un médico comparara la operación de cáncer de mama con la de cambio de sexo. Todo para decir que si la primera era pagada por la sanidad pública, con la segunda tendría que hacerse igual. Tras este insensato reportaje, pude leer también la sobrecogedora carta de una mujer que había padecido, y sufrirá toda su vida el miedo a volver a tenerlo, un cáncer de mama. No entendía como una persona, con unos estudios tan dignos como los de medicina, podía poner en la misma balanza una enfermedad que amenazaba con acabar con su vida, con un deseo sin consecuencias tan devastadoras como es un cambio de sexo. Supongo que no lo comprendía porque era consciente de que ella sí era una persona enferma, una mujer que tendrá que luchar toda su vida sin concederse flaquezas. En cambio ellos, los transexuales, no son enfermos. Igual que no lo son los homosexuales, y tantas críticas por ello han recibido desde antaño médicos y católicos empedernidos. Aún así, necesitan un informe psicológico y psiquiátrico para poder proceder a ese ‘cambio social de sexo’, que no implica el genital. Además de un control (que se baraja que será de alrededor de 18 meses) conviviendo con el nuevo sexo.
A mi no me preocupa que se cambien las realidades. Muchas se han quedado obsoletas con el paso de los años y necesitan con urgencia una remodelación acorde con nuestros tiempos. Lo que sí me asusta son las radicalizaciones que, cada vez más a menudo, tenemos que soportar. Demasiadas veces de la mano de quienes más imposiciones han soportado, aparecen las obcecaciones más aberrantes. Eso sí que es triste, que la tolerancia sin tratamiento traiga más intolerancia. Menudo mundo al revés. Los transexuales primero deberían centrar su atención en ese cambio de sexo social que implica una transformación tanto para ellos, como para el mundo que les rodea. El cambio de sexo biológico, elevadamente costoso, entiendo que esté entre sus prioridades, pero no deben olvidarse de que eso no lleva implícita la comprensión social. Y por supuesto, jamás deben apoyarse en enfermedades para conseguir sus dignos objetivos, aunque a veces cueste porque éstos sean una vida mejor a la que tienen todo el derecho del mundo. Espero que semejante locura sea sólo la idea absurda de un médico que ha olvidado lo que es la reflexión.

Lo que hay que aguantar

Mucho tiempo antes de que pisara por primera vez tierra andaluza, una vaga idea viajaba por mi mente de cómo serían. Cinco años después de aquella experiencia que traería consigo cuatro años viviendo en Sevilla, ese prototipo de andaluz ha variado considerablemente. Un número envidiable de gente se propuso convencerme del enorme parecido que entre canarios y habitantes del antiguo Al-Andalus existía. El denominador común que aseguraban era la afabilidad en sus gentes, ese don de sociabilidad que aquí algún día nos acompañó y que hoy, por norma, suele brillar por su ausencia.
Con esta sarta de sensaciones y aspiraciones sobre una comunidad, llegué a Sevilla. Allí he pasado una de las épocas más entrañables, aprendiendo una nueva forma de entender la vida. Recuerdo con nostalgia aquellas noches escuchando y viendo flamenco en La Carbonería, un lugar que dejó su inicial cometido para convertirse en un extraño bar por el que ha pasado lo mejor de la canción de autor, igual que del flamenco. Era extraño estar allí, con una fogata enorme que, imagino que todavía hoy, seguirá desprendiendo ese olor a carbón profundo. Igual que los días en que me tomaba un vino y escuchaba música, sentada al lado de todo tipo de gente: desde turistas hasta autóctonos del lugar.
Así conseguí ver que detrás de aquella típica sevillana, representante de Andalucía y de toda España, había toda una ideología y un sentido de las cosas que va más allá de un baile folclórico. Descubrí que los diarios tenían una sección dedicada en exclusiva a la tauromaquia, y ese desconcierto tardé mucho en transformarlo en comprensión. Por ese entonces tenía conocimientos, pero pocos, sobre ese estereotipo de español con el que todo extranjero nos identifica. A medida que he ido asimilando parte de esa tradición convertida ya en todo un ideario popular, he asistido a numerosos enfados por ello. También entonces he intentado poner en juego esa comprensión que, creo, he adquirido a lo largo de los años. Al final, la única conclusión válida que he sacado es que me da exactamente lo mismo la idea que se tenga en el exterior de mi país, si se trata sólo de ideas tan inocentes como el ensalzar el folclore de una zona como lo innato de toda una nación. Si en general, nosotros que vivimos dentro de las mismas fronteras, seguimos pensando en el absurdo tópico del andaluz vago e inculto por norma, ¿por qué esperamos un trato diferente por parte del resto del mundo?
Yo ya no sé si se trata de nacionalismos, pero algo me dice que sí, que para variar todo está extrañamente hilvanado. Quizás sea por la noticia que ayer por la mañana leí, ésa que afirmaba que ERC tiene entre sus últimos objetivos la pretensión inconcebible de prohibir la venta de ‘toritos’ y bailarinas flamencas en Andalucía. Sólo el colmo de la ineptitud como forma de gobierno puede llevar a propuestas tan descabelladas como esta. Directrices nacionalistas que pretenden restricciones al comercio en busca de su personal cruzada para ensalzar su propia cultura. Absurdas prohibiciones que, afortunadamente, muchos catalanes ven como tales. Menos mal que aún queda algo de sentido común no eclipsado por el virus del nacionalismo…O eso, o que no quieren ver a una España rebelada prohibiendo la indiscriminada venta sin pudor de camisetas del Barça. Yo ya no sé qué es lo que ocurre en este país, pero al menos aún he mantenido la suficiente cordura como para no cogerme una rabieta cada vez que, en medio de Italia, escuchaba hablar de Barcelona… Resulta que por aquellas tierras, lo que se conoce, es la capital catalana. Y cuando todo el mundo decía maravillas de ella, yo me sentía orgullosa. Hasta que volvía a la realidad y a mis oídos llegaba una nueva locura.